El día comenzó 15 minutos antes de lo esperado con el doloroso sonido de la alarma de Christie, aunque nadie hizo amago de apagarla. Tras un par, o quizás más, de minutos, los últimos rezagados salían de la cama y tras un más que aceptable desayuno en un motel se dispusieron a partir rumbo a Palouse Falls. Probablemente los lectores no tendrán ni idea de qué se está hablando, no se alarmen, ni siquiera los americanos conocen esta recóndita maravilla de la naturaleza. Un valle forjado por antaño glaciares que ha acabado en una impresionante cascada con gigantes cicatrices en el paisaje.
Antes de llegar, el camino estuvo plagado de extensos valles, con una variedad de colores que iban del triste marrón de los cultivos ya explotados a un verde vivo y radiante que nada tiene que envidiar al fondo de pantalla de Windows.
Tras visitar las cataratas, el camino fue aprovechado por la mayoría para reponer fuerzas echando una cabezadita mientras el paisaje estaba marcado por el Río Columbia. Río que como Katie no dejaba de repetir fue explorado por Lewis y Clark.
El día acababa con la llegada al siguiente motel, digno de aparecer en cualquier película o serie de televisión como escenario de un asesinato.
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